Era la noche de Halloween y Londres estaba envuelto en una densa niebla, con las luces de las farolas titilando y proyectando sombras que parecían cobrar vida en las calles adoquinadas. Un grupo de amigos decidió aventurarse en un recorrido por los lugares más embrujados de la ciudad y se acercaron a una antigua iglesia gótica abandonada, conocida por sus leyendas oscuras. Katty comentó que se decía que la iglesia estaba maldita y que los espíritus de los antiguos feligreses vagaban por allí, buscando redención, lo que hizo reír a sus amigos, aunque TW sintió un escalofrío al retar a todos a entrar. Con linternas en mano, cruzaron el umbral y la puerta chirrió ominosamente al cerrarse tras ellos, mientras el aire se volvía gélido en el interior, con paredes cubiertas de hiedra y un altar cubierto de polvo que parecía haber estado olvidado durante siglos. De repente, un estruendo resonó en el fondo, haciendo eco en el vacío, y los amigos se miraron, sintiendo cómo el pánico comenzaba a apoderarse de ellos, pero TW, intentando mantener la calma, dijo que había sido solo el viento. Sin embargo, Katty sintió algo extraño, una presencia oscura rodeándolos, y un susurro frío flotó en el aire: “A-yú-da-nos…”, Lucy decidió que lo mejor era irse, pero al girar, la puerta estaba cerrada, atrapándolos en la oscuridad. Las linternas comenzaron a parpadear y, de repente, apareció una figura espectral, flotando en el aire: un monje con una túnica desgastada y un rostro demacrado, cuyos ojos vacíos miraban a Rex, quien se paralizó por el miedo. Lucy, en un intento por salvarlo, dio un paso adelante y se disculpó, pero el monje le escuchó, una mueca siniestra que hizo que el aire se volviera más frío, y dijo que no había redención sin sacrificio. Las sombras se acercaron y los amigos sintieron que el suelo temblaba bajo sus pies; Finalmente, Anna encontró una ventana rota y, con esfuerzo, logró abrirla. Uno a uno, saltaron hacia la fría noche londinense, dejando atrás la oscuridad, pero afuera el aire fresco y húmedo no podía borrar el eco de las palabras del monje en sus mentes, dándose cuenta de que, aunque habían escapado, una sombra los seguía, una marca de la maldición que habían desatado. Esa noche, habían desafiado las advertencias de los espíritus, y aunque habían logrado escapar, sabían que nunca volverían a estar completamente libres. Cada Halloween, la niebla se volvía más densa y las risas que compartían se mezclaban con susurros lejanos, recordándoles que el pasado nunca se olvida. Cada año, en esa misma fecha, sentían una inquietante presencia acechando en la oscuridad, como si los antiguos feligreses de la iglesia estuvieran observándolos desde las sombras, esperando su regreso. Sin poder evitarlo, se dio cuenta de que el vínculo que habían formado con la iglesia no se había roto; lo que una vez fue una aventura se había convertido en una carga, un recordatorio de que algunos lugares guardan secretos que deben permanecer ocultos, y que las almas inquietas nunca descansan hasta que su historia es contada.